OTRO PUNTO DE VISTA
Marc Castellnou, presidente de la Fundación Pau Costa, que conecta una red global de expertos en incendios forestales y es reconocido como una de las principales autoridades mundiales en grandes incendios, considera que estamos viviendo incendios de sexta generación (“tormentas de fuego”), resultado de los efectos del cambio climático y sugiere que, además de invertir en medios, hay que invertir en análisis y estrategias.
Haciendo una síntesis del trabajo de Matt Howard, él nos comenta que, en enero pasado, Argentina se constituyó por unos días en el país más caluroso del planeta y la mitad de las provincias presentaron grandes incendios de campos y bosques. ¿Qué deparará el futuro?
En 2019-2020 vimos una serie de incendios en el mundo que borraron ecosistemas enteros. En la Patagonia hay un recrudecimiento de esos incendios. El año pasado en El Bolsón comenzamos a ver la debilidad del ecosistema andino que empieza a sufrir las consecuencias del cambio climático. Hay que sumar un invierno en 2020 extremadamente seco que presagió un verano complicado.
Lo que estamos viendo desde 2017 es un proceso de cambio climático que genera un estrés en el bosque y en el que se producen incendios de grandes cantidades de combustible acumulado.
Esta situación será observable cada vez más a menudo ya que el cambio climático es irregular y produce extremos. De un ciclo extremo seco podemos pasar a un ciclo húmedo que también puede ser extremo. El régimen se está intensificando por un clima que es más extremo y por una masa forestal que está quedando fuera del rango climático.
Estamos viendo en todo el planeta una oleada de cambios que recorren los diferentes ecosistemas. La buena noticia es que esos ecosistemas estarán mejor adaptados a las nuevas condiciones.
Los bosques que hay ahora en la zona andina son ecosistemas que sufrían incendios ocasionales adaptados a un calor de verano riguroso de no más de 20 ó 30 días. Actualmente tienen una duración de 100 ó120 días de calor extremo que favorecen estos incendios. Los bosques que se adaptan a estas condiciones presentan cambios de especies y una “sabanización” de esos ecosistemas. Las zonas de matorrales y bosques abiertos se van a generalizar.
Ante esto se puede cuestionar el manejo del fuego con agua en Argentina. Este último verano se cayó un helicóptero y los aviones no alcanzan. ¿Cuál es la solución? ¿Comprar aviones más grandes? La respuesta es que cuando un incendio supera los 10.000 kilovoltios/metro cuadrado, los medios de extinción pierden capacidad y es necesario incorporar estrategia.
Es necesario saber qué tenemos que dejar que se queme para evitar que se afecte la zona que queremos proteger. Tenemos que invertir en inteligencia, aprovechar los momentos débiles del incendio y apartarnos en los momentos fuertes de éstos.
El planteo de los años 60 a los 80, cuando se pensaba que con tecnología y medios controlaríamos el fuego, tal vez ya no funciona y debemos aceptar la derrota. No podemos enfrentar a los cambios, tenemos que acompañar ese cambio.
Aún los países más desarrollados que invierten en los aviones más grandes y costosos no pueden enfrentar estos incendios de gran intensidad. Hay que invertir en gestión forestal, hay que invertir en la cabeza del bombero y no en el casco que va encima. Esto es formar a un bombero en la toma de decisiones. Es la oportunidad para que él intente aplicar una táctica, pero no cualquiera, cada momento del incendio requiere una herramienta diferente.
Tal vez tenemos que abandonar la idea de pedir medios para apagar incendios y seleccionar el potencial del incendio por la capacidad de extinción que tenemos. Eso implica dibujar escenarios estratégicos, planificar en el tiempo el comportamiento del incendio y qué diferencia podremos marcar nosotros.
Las imágenes satelitales son una herramienta que será útil si el bombero es un analista. El concepto del bombero como peón forestal está caduco; tiene mucha más capacidad un bombero bien formado que 200 mal formados y 50 aviones.
Saber dónde hay que apretar y dónde hay que ceder es la clave del proceso y no podemos seguir enfrentando esos procesos solamente acumulando medios. Es necesario pasar de esa carrera de recursos para luchar contra las llamas a tener inteligencia para luchar contra ellas.
Significa tomar decisiones y esto no es solo tema del bombero sino de la sociedad: de cuáles son los valores que priorizamos y entender que hay cosas que no podemos defender, a menos que no invirtamos en gestión previa.
En Grecia los incendios arrasaron con el 12% de la superficie forestal en solo un año. En España se está haciendo el cambio en el cuerpo y en la maniobra basado en los recursos, a un cuerpo táctico y estratégico. Allí el verano pasado podría haber sido catastrófico, hubo grandes incendios en Ávila, en Sierra Bermeja y en Cataluña, este último de poco más de mil hectáreas. Esto comparado con campañas de hace 30 años mejoró.
Eso no niega que, aunque tengamos menos incendios forestales, éstos no sean de mayor intensidad. Ahora tenemos la capacidad de gestionarlos con estrategia, de darles un territorio para correr y preparar donde lo vamos a limitar, pero para ello necesitamos invertir mucho más en gestión
En el caso de Cataluña había un 30% de masa forestal, ahora tenemos un 70%. Se ha duplicado el territorio con capacidad de arder y se ha duplicado la población que vive dentro de esa masa forestal. Se puede decir que va bien pero que hay que mejorar para evitar situaciones al estilo californiano o de Grecia 2017.
Estos nuevos incendios son catalogados como de “sexta generación”, ya que tienen máxima cantidad de combustible en atmósferas radicalmente calientes e inestables con ecosistemas estresados. En estos casos, el incendio altera y controla la atmósfera y al ecosistema y no al revés, lo cual puede derivar en incendios que avanzan a velocidad sostenida muy alta, que antes era excepción.
Esto lo hemos visto en Argentina en El Bolsón y en Chile. En Cataluña el verano pasado los siete incendios importantes han hecho “tormentas de fuego”. La situación que nos sorprendió en 2017 ya parece la norma.
Ahora tenemos más conocimientos sobre esos fenómenos, pero aún no tenemos capacidad en simularlos. Tal vez en los próximos dos años tengamos modelos que permitan tener esa capacidad de simularlos, pero el proceso de cómo el incendio interacciona con la atmósfera y cómo esa interacción fabrica una atmósfera diferente que va a acelerar este incendio, es un proceso que ya es lo normal en la mayor parte de las situaciones de incendios que tenemos.
Los fenómenos de El Niño y de La Niña que marcan los períodos de largas sequías o no, se van alterando cíclicamente. El proceso de cambio climático, sumado a esa oscilación de Niño o Niña está haciendo que venga un proceso de sequía que es más largo o más intenso.
Hay un proceso de “sabanización” de los bosques históricamente húmedos y una selva amazónica más seca en los próximos años. La selva cede paso a una zona más seca y el Chaco se va extendiendo. Un cambio de ecosistema a otro es un proceso de cambio de máxima intensidad. Pasado el momento de cambio la intensidad se reduce y se genera menos combustible.
Los ecosistemas secos se queman con mayor facilidad, pero tienen menos combustibles. A los ecosistemas húmedos les cuesta mucho más quemar, pero acumulan más combustible y al momento que se secan producen mucha más energía.
A largo plazo tendremos más incendios, pero menos intensos. Mientras tanto vamos a pasar por una oleada de incendios grandes muy intensos, que es lo que estamos viviendo hoy.